El declive

Publicada el 11 de mayo de 2019.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay voces que abogan por el fin de nuestros pueblos y proponen que lo mejor es un buen acompañamiento en la agonía. Pero, ¡qué mal llevamos la gestión del declive! Los bellos discursos sobre una decadencia decente suelen salir de bocas urbanas que pisan poco campo. La realidad es que muchos de los contactos entre la población rural y la urbanita solo sirven para destacar el discurso de que somos poca gente y de que en un pueblo no se puede vivir en soledad. Al parecer es mucho mejor la soledad cosmopolita, donde tienes un atragantamiento agudo y el vecindario solo lo nota por un ligero aumento de moscas.

El declive. Aunque deseemos vivir en una burbuja de felicidad, siempre hay algún momento para observar lo que nos rodea y caer en la cuenta de que el sueño es más bien una pesadilla. Nuestro estado de ánimo se vira derrotista en ocasiones. Ahí es donde hace falta apoyo, donde recibir la energía suficiente para sobreponerse, cuando es necesaria la autoafirmación. El ocaso no justifica la imposición de un modo de vida que nunca pretendimos.

El modelo de declive rural actual implica casi siempre que la tercera edad ha de abandonar su hogar, su existencia, en la búsqueda de unas comodidades que en teoría no existen en el pueblo. Echo en falta proactividad en unos servicios sociales que nunca habían conseguido estar tan desarrollados por la zona. Que sí, que necesitarían más dotación presupuestaria y personal, pero es bueno destacar los logros de los últimos años. Echo en falta una clara explicación del catálogo de prestaciones que se ofrecen. No para mí; para quienes necesitan ayuda e igual no saben cómo actuar.

Me considero todavía más o menos joven, pero llegará el día en que el problema del declive me toque en mis propias carnes. Solo espero que para entonces haya habido un debate serio y se haya elegido un nuevo modelo para gestionar el declive, algo que sea más humano que lo que tenemos en la actualidad. La única pena es que habrá habido antes unas cuantas generaciones que no pudieron acabar sus días como hubieran imaginado.