Explotación infantil

Publicada el 22 de septiembre de 2018.

 

Tengo cuenta en Instagram. También tengo un campo de azafrán. Y si encajo las dos piezas, durante el mes de octubre hago las delicias de mis cientos de seguidores internacionales. Mi lista de incondicionales en la red social parece una asamblea de Naciones Unidas pero incluye a pocas amistades personales, así que de vez en cuando informo por Whatsapp de cómo va la cosecha. Una de las fotografías del año pasado era la mesa del comedor rodeada de brazos y cientos de rosas en el centro. Una preciosidad. Sin embargo, alguien observó un detalle insignificante y me comentó con cierto reproche: “¡Cuánta mano de obra infantil!”. Y barata, claro.

Pido perdón. Siempre planteé mi explotación de azafrán como familiar. Teniendo en cuenta que no me he casado, que no tengo zagales, que mis abuelos fallecieron hace más de dos décadas y que la parentela más cercana no vive en Aguatón, el clan es más bien reducido. ¡He oído tantas veces que el futuro de la agricultura en Aragón es de las familias, que me lo he creído y todo! Visto lo visto, eso es más bien el pasado.

La gente de mi edad tiene grandes recuerdos del azafrán, de cuando todavía era un cultivo importante en la provincia. Se despertaban muy pronto y antes de ir a escuela acompañaban a los mayores a recoger rosa. Hay quien me cuenta que los días de florada tenían bula para ausentarse de las clases. Ya en el hogar, se ponían a esbrinar para recoger las lengüetas amarillas que luego cambiaban en la tienda del pueblo por alguna chuchería. Eso sí, los días que había muchos cestos tenían que ponerse a los brines, que es lo que vale perricas para la casa.

La familia moderna, de gente de mi edad, solo quiere lo mejor para la descendencia. Y eso no se consigue alrededor de la mesa, con los viejos, aprendiendo un oficio antiguo, milenario, escuchando anécdotas que pasan de boca a oreja, compartiendo un objetivo común con el resto de allegados. Yo, hoy, rememorando esa linda imagen de Instagram del año pasado, me sale una sonrisa y soy feliz. Y sigo irreductible: quiero compartir los momentos alegres mientras pueda.